lunes, 27 de julio de 2009

NAVEGANDO

Una hermosa mañana de febrero, de cielo limpido, donde ya el sol amenazaba con brindarnos un resto de día su caliente esfera dorada. Luego de un rápido traginar por las respectivas autopistas, que unen la ciudad con los parajes de la zona sur de la provincia, llegamos al amarradero. Allí nos estaba esperando el NUCETE, con su blanca figura , recortada entre el color león del río y el azul del cielo, un tanto adormecido, a espera que su tripulación bulliciosa lo aborde y lo pusiera a punto de partir hacia una nueva aventura, por los canales de la parte sur del Delta, próximo a la desembocadura de Su Majestad, el Río de la Plata.
A las nueve, finalmente embarcamos en el NUCETE, luego de un suculento segundo desayuno, esta vez en el bar del muelle, tanto como para despuntar el vicio con las deliciosas medias lunas del lugar.
Zarpamos, luego de haber cumplido con todos los requisitos de rigor, pasando por aquellos lugares, tantas veces recorridos, y que hoy, no sé porque parecen nuevos..., más bellos, con esa sensación de paz tan gratificante.
Los paisajes iban cambiando, dejando atrás unos y avanzando en otros, como si se movieran las márgenes del río en vez de la embarcación. Así hasta llegar a río abierto, precisamente en el lugar en que antaño los paisanos unieron de a caballo Uruguay con Argentina, en una extraña bajante de aguas.
Recostada sobre la cubierta, y disfrutando del sol, mientras miraba la costa lejana por un lado, y el inalcanzable horizonte por el otro, me quedé dormida. Allí empecé a navegar..., entre recuerdos de la infancia, saltando nubes de colores, paseando por el monte, corriendo mariposas doradas, soñar..., navegar por los recuerdos, hasta que una salpicadura de agua fría me volvió a la realidad, el viento había cambiado, y un rápido viraje de la embarcación hizo que una ola golpeara contra ella, estábamos navegando, y las radios de los guardacostas indicaban que una tormenta de verano amenazaba con ponernos en peligro, por lo que rápido emprendimos el regreso al puerto y a la realidad, terminando el recorrido con un almuerzo en tierra firme, viendo como se mecían los veleros anclados en el muelle, al compás del viento, silbando entre sus velas plegadas y sus palos desnudos, melodías de otros mares.